sábado, 10 de mayo de 2014

Al que vale la pena aferrarse.

Y entonces acabas entendiendo que al amor, nunca puedes presentarlo con palabras, no puede quedar reducido a lo bonito, lo romántico, lo esencial. Al amor verdadero le sobran adjetivos. Con el paso del tiempo te das cuenta que no es un "como", un "donde" ni "porqué", el amor es sentir, crear, valorar y cuidar. Que sólo puede basarse en la alegría de que otro exista y en su felicidad -antepuesta siempre a la tuya-, eso es el amor verdadero una especie de arma mortal que acostumbramos a usar en contra de nosotros mismos, obligándonos a morir, una y otra vez, nunca para siempre, o tal vez si. Aún así, si volviéramos a vivir volveríamos a usarla y estaríamos dispuestos a morir por el otra vez más. Esa es la razón por la cual, a veces, lo buscamos, con sed insaciable, aunque sabemos que aún no estamos preparados para encontrarlo. El amor a veces es el sueño que esperamos que se cumpla, la oportunidad, el desvelo, la espera, el amor es cambiar y crecer. Es eso que sin variación en el tiempo acaba durando siempre. Es, inevitablemente, encontrar el valor en la ausencia, en la soledad, en el vértigo que provoca caer en él y en la melancolía. El verdadero amor es aquel que no se anula en la ausencia, que sólo crece en el tiempo, es la experiencia, las ganas de mejorar, la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido y de lo que nunca más volverá a ser. El amor es eso, una fuerza indestructible que nos ata y subordina, inevitablemente, a el.

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